Las cinco flores verdes que desde hace cien años florecen en el pecho de la Virgen son el sensor de su aliento. Lo descubrió hace un año la periodista Charo Padilla cuando, transmitiendo la salida de la Virgen exclamó: «¡si parece que respira!».
En cien años se han logrado convertir, por encima del ancla en el símbolo más contundente de la Imagen y de la corporación. Sir ir más lejos, los logotipos de los encuentros de hermandades de la Esperanza y del Año Jubilar, está compuesto por una de las cinco mariquillas que desde hace cien años monitorizan la respiración de la Macarena; tiemblan en su pecho.
Originalmente son cinco broches compuestos por pétalos de cristal de roca francés de color verde, engarzados en oro blanco y rematados por brillantes. No son esmeraldas aunque la imaginación popular siempre creyó que las piedras verdes eran de esta familia de gemas. Llegaron a San Gil de la mano del torero de la Virgen, de Joselito El Gallo, que en 1913 no solo contribuyó económicamente para la corona de oro, sino que trajo de París estas alhajas para la Virgen de sus devociones. En las crónicas de Santiago Montoto se indican que el día de aquella coronación popular, la Virgen de la Espernaza lucía las joyas regaladas por Gallito: «que causaron impresión -indica Montoto- colocadas en lugar del puñal de dolor».
El profesor Andrés Luque ha estudiado el origen de las que quizá sean las joyas más populares de la Semana Santa. Los datos se extraen de las cartas que José Gómez Ortega le envía a su madre desde París. En ellas le cuenta que en un viaje a la muy frecuentada por él capital francesa en 1913, poco después de tomar la alternativa, entra en una joyería para comprarle un regalo a una amiga. El concepto de amiga en 1913 para un hombre soltero era muy distinto al de hoy. No sabemos de qué joyería se trataba, si era una de la Plaza Vendôme o de otro gran bulevard del distrito centro. Tenía que ser una buena porque las piezas lo son. Allí las ve y compra cinco. «La mariquilla –dice Andrés Luque- es un broche femenino que utilizaban las mujeres de la alta sociedad de aquella época. Es una pieza art decó muy atrevida y muy juvenil».
El art decó es una tendencia que surge en el París de aquellos años en paralelo a resto de vanguardias, el cubismo o el fauvismo. En este contexto nace la mariquilla que no adquiere su verdadera dimensión hasta que Gallito se la entrega a Juan Manuel Rodríguez Ojeda, probablemente en las vísperas de la imposición de la corona de oro a la Macarena también en 1913. No sabemos si Juan Manuel, entonces factotum de la hermandad, sustituye el puñal por las mariquillas, los alterna o los combina, «porque hay una foto antigua -indica Luque- en la que aparecen los dos elementos». Lo que está claro es que desde entonces entra a ser un elemento fundamental de la iconografía de la Macarena. La disposición actual de las joyas, tres en el lado izquierdo y dos en el derecho ha sido y es la más común. Pero tampoco esa colocación ha tenido la misma lógica ya que se le han llegado a poner de muy distintas maneras. En la coronación le ponen cuatro sobre el corazón y una al otro lado –así las tiene colocadas para el traslado a la Catedral–. Ahora las lleva siempre menos cuando la Virgen se viste de hebrea en Cuaresma. A veces en noviembre, el mes de los lutos, tampoco se le pone.
Cuando las compró José en la joyería parisina, cada una de las mariquillas disponía de una lanceta para su fijación en la ropa o en el pelo. Pero a las de la Macarena en un momento determinado se le incorporan unos muelles. No se sabe cuando, pero ese fue el instante en el que se remata la obra ya que el movimiento parece darle vida a la Virgen de la Esperanza. «Este tipo de joyas – considera Andrés Luque- se asocian inmediatamente con la Imagen que la luce y le dan carácter».
La hermandad de la Macarena posee otro juego de cinco mariquillas más pequeñas que son las que a veces se le coloca a la Virgen del Rosario. También se realizó una especie de collar-cíngulo con tres flores semejantes a las parisinas que se le ha puesto a la Virgen tanto en el pecho como en la cintura. Y otra prueba de su notoriedad es que en la tienda de recuerdos se venden unos broches con la silueta de estas piedras que pueden ser las joyas más conocidas de la Semana Santa.
Llevan cien años tomándole el pulso y midiéndole la respiración a la Macarena. Son cinco. Quizá porque una sola no podría trabajar en un empeño tan emocionante como el que les ocupa desde hace un siglo.
Fran Lopez de Paz
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