La Semana Santa nos enseña miles de historias singulares y particulares. Vivencias únicas que en su gran mayoría pasan desapercibidas, y solo la casualidad nos la pone ante nuestros ojos. Son historias de personas anónimas, que rara vez son noticia. Pero son historias llenas de autenticidad.

Este año que no hay procesiones he tenido la oportunidad de conocer una de esas historias que no me resisto a compartir con todos ustedes. Es la  de una mujer que lleva casi dos décadas viviendo entre nosotros, desde que marchó de la tierra de sus amores en la sierra de Ecuador, en Echeandía.

Por su trabajo de los últimos diez años está en permanente contacto con el mundo cofrade y podría parecer lógico que conociera al dedillo nuestros pasos en la calle. Sin embargo, no es así. Hasta que hace seis cuaresmas su centro de trabajo no se trasladó al Altozano, ella solo había visto un paso: la Esperanza de Triana. 

Y sólo con eso era enormemente feliz. No es rico el que más tiene sino el que menos necesita.

Esta mujer, con gran caudal cultural, tuvo la suerte que embarazada tocara y bendijera su vientre San Juan Pablo II mientras visitaba su país. Hoy, quizás como agradecimiento al Papa Santo al que le reza muchos días en la capilla de la Estrella, su primer nieto se llama Gian Paolo.

Es una persona que no necesita la bulla de las cofradías en la calle para sentir la Semana Santa. En tiempos de confinamiento es buen ejemplo alguien que ha vivido décadas la Semana Santa más universal viendo sólo a la Esperanza de su barrio, de Triana.

Persona afable en el trato y generosa con quienes le enseñaron tanto de lo que es hoy día su profesión. ¿Verdad Anita?

Ella es sin duda un buen ejemplo en estos tiempos de cómo vivir la Semana Santa en nuestro interior. Por eso este Viernes Santo de ausencia de pasos en la calle quería rendir tributo de agradecimiento a Sandra, la mujer que solamente veía a la Esperanza.

Antonio Silva

Diario de Sevilla

Viernes Santo 2020